El capitán, de 35 años, la rompió en la fenomenal victoria ante Canadá. Su planilla marcó 35 puntos y 13 rebotes. Pero no dice nada de lo que representa y significa para el equipo.

El tipo es un imán. El partido ya terminó y la imagen en la zona mixta es muy parecida a la que se vio hace unos minutos adentro de la cancha. Todos los micrófonos, los grabadores y los celulares van hacia él. Igual que hace un rato, cuando todas las pelotas se dirigieron a su humanidad. Tal como las palmas de sus compañeros, que quedaron rojas de tanto ir a chocarse con las suyas tras una anotación. Del mismo modo que los aplausos de esas decenas de argentinos que llegaron al Palacio de los Deportes y que lo ovacionaron antes, durante y después del juego. Todo va hacia Luis Scola porque, primero, él entrega lo más profundo de su ser: el alma.



"Juego en la Selección porque me hace bien", le había dicho Luifa Scola a Clarín hace apenas unos días. Se le pasó por alto que también juega en la Selección porque él le hace bien a ella. Demasiado bien. Porque nunca puso excusas, porque estuvo siempre; eso es lo que va más allá del rendimiento. En un sistema en el que las franquicias de la NBA hacen lo que quieren con sus jugadores (y otras veces los basquetbolistas mismos se marginan ejerciendo su derecho de privilegiar lo que más quieran), él hace lo que quiere, que es jugar con la celeste y blanca. Y cómo lo hace: 35 puntos y 13 rebotes ante el gran candidato, el Canadá de los nueve hombres que juegan en la mejor liga del mundo. Por algo él se desempeña ahí también.

Tarda en entrar en calor. En los primeros diez minutos apenas suma 4 puntos, con 2-9 en tiros de cancha. Levanta el ala pivot en el segundo parcial, con 11 tantos que serán la antesala de su actuación estelar: la del tercer período en el que mete 18 puntos, cifra sólo superada por un jugador (Laprovíttola) en todo el resto del partido. Para el último cuarto se guarda los dos últimos puntos y le cede el protagonismo al resto.

"Lo que hizo hoy Luis es una bestialidad", señala Nicolás Laprovíttola, que agrega: "Es un privilegio poder verlo y jugar con él. Todos los días en cada entrenamiento hace cosas increíbles. Esperemos seguir disfrutándolo". El que lo disfruta es el Chapu Nocioni, que reconoce: "Yo no tuve un gran partido, pero Luis la rompió toda". Y el Oveja Hernández lo dice de una manera tan simple como elocuente: "Teniendo a Scola, es difícil tener miedo".

Hay más Scola aún. Porque aquello que no se ve en la planilla vale tanto o incluso más: acomoda a Gallizzi en el parqué, reta a Safar por una falta tonta con el equipo en penalización, desgasta al bueno de Kelly Olynyk, a quien deja en un mísero 31 por ciento de efectividad en sus lanzamientos, y le da una clase en vivo a Dwight Powell, un rookie que acaba de pasar a Dallas.

¿Y qué opina él, el símbolo más importante en la historia de la Selección argentina? Lo toma con calma, como su experiencia lo indica. "Si perdíamos no cambiaba nada. Es mucho mejor estar 2-0, pero no cambia nada", asegura. Y con humildad, cuando se le pregunta por su propia actuación, devuelve tan sólo tres palabras: "Me sentí bien".

Ya al referirse al encuentro propiamente dicho, explica: "Jugamos mejor durante todo el partido, pero tenemos que cambiar cosas que tenemos incorporadas en el juego y nos lastiman y no conducen a nada. Cuando jugamos al basquet se acabó el partido, pero por momentos nos desconcentramos y hacemos cosas como querer robar la pelota, agarrar de la camiseta, querer sacar una falta en un triple estirando la pierna, tirarnos al suelo... Cositas y vivezas que creemos que nos dan ventaja. Así y todo jugamos muy bien y ganamos un partido con autoridad. Si eliminamos esas cosas, vamos a tener muchas más chances en el torneo y de llegar a los Juegos Olímpicos". También contagia esa mentalidad. Por eso el equipo tiene derecho a soñar. Porque tiene el alma de un tipo que se entrega y se encarga de todo lo demás.

Miércoles, 2 de septiembre de 2015